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aunque no fuese más que para entretenerse con ella, y no encontró nada;
lo único que pudo sacar en conclusión es que se había lucido.
Tal carencia de ideas le condujo como de la mano a un sueño
profundo, que quizá no duró más que un par de horas, pero que a él le
parecieron un año. Se despertó derrengado, con la cintura dolorida; no
había perdido en el sueño la idea de que se hallaba encerrado, pero fue
para él tan reparador el corto momento de descanso, que se encontró
fuerte, dispuesto a cualquier cosa.
Tenía en el bolsillo aún el dinero que le habían dado en la imprenta.
Llamó discretamente a la puerta del calabozo.
-¿Qué quiere usted? -le dijeron de fuera.
-Quisiera salir un rato.
-Salga usted.
Salió al pasillo.
-¿Podría traerme alguno un café? -preguntó a un guardia.
-Pagándolo...
-Claro que pagándolo. Que me traigan un café con tostada y una
cajetilla.
Entregó al guardia dos pesetas.
-Ahora van -dijo éste.
-¿Qué hora es? -preguntó Manuel.
-Las doce.
-Si no fuera porque tengo que estar en este rincón, le invitaría a tomar
café conmigo; pero...
164
Pío Baroja
-Aquí fuera lo puede usted tomar. Con un café hay para los dos.
Vino un mozo con el café y los cigarros. Tomaron el café, fumaron un
pitillo, y el guardia, ya conquistado, le dijo:
-Llévese usted un banco de éstos para dormir.
Manuel cargó con uno y se echó a la larga. El día anterior, libre, se
encontraba débil y caído; en aquel momento, preso, se sentía fuerte. Los
proyectos se amontonaban en su cabeza, pero no podía dormir.
El cansancio físico consume las fuerzas y excita el cerebro; la
imaginación aletea en la oscuridad como los pájaros nocturnos; como
ellos, también se refugia en las ruinas.
Manuel no durmió, pero soñó y proyectó mil cosas: unas lógicas, la
mayoría absurdas. La luz del día, al entrar vaga por el montante de la
puerta, desechó sus ideas sobre el porvenir y pensó en lo inmediato.
Le irían a llevar ante el juez. ¿Qué iba a contestar? Idearía un plan:
una casualidad le había llevado al puente del Sotillo; no conocía a
Calatrava; pero ¿y si le careaban con ellos? Se iba a embarullar. Lo mejor
era decir la verdad y atenuarla en todo lo que pudiera, por favorecer su
causa: le conocía a Calatrava por su primo; le veía de cuando en cuando
en el salón; él trabajaba en una imprenta..
Estaba ya decidido a seguir este plan cuando entró un guardia.
-Manuel Alcázar.
-Servidor.
-Anda, al despacho del juez.
Siguieron los dos un largo pasillo y llamaron en una puerta.
-¿Da usted su permiso? -dijo el guardia.
-Adelante.
Pasaron a un despacho con dos grandes ventanas, por donde se veían
los árboles de la plaza. Delante de la mesa estaba el juez, sentado en un
sillón de alto respaldo. Frente a la mesa había un armario de estilo gótico
lleno de libros. Un escribiente entraba y salía llevando montones de
papeles debajo del brazo; el juez le hacía alguna que otra pregunta y
firmaba de prisa.
Cuando terminó, el guardia, con la gorra en la mano, se acercó al juez
y le indicó, en pocas palabras, quién era Manuel. El juez echó una
mirada rápida sobre el muchacho, y éste, en aquel momento, pensó:
«Hay que decir la verdad; si no, me la arrancarán y será peor.» Con esta
decisión se sintió más tranquilo.
-Acérquese usted -dijo el juez.
Manuel se acercó..
-¿Cómo se llama usted?
-Manuel Alcázar.
-¿Cuántos años tiene?
`Veintiuno.
165
La lucha por la vida II. Mala hierba
-¿Qué oficio?
-Cajista.
-¿Jura usted decir verdad en todo aquello que le sea preguntado?
-Sí, señor.
-Si así lo hace, Dios se lo premie, y si no, se lo demande. ¿Qué hizo
usted el día del crimen?
-La noche antes, Vidal y yo, con dos mujeres, fuimos a ver cómo
fusilaban a un soldado; después, por la mañana, dormí un rato, y a las
once fui con una mujer al merendero del puente del Sotillo, en donde nos
habíamos citado con Vidal.
-¿Qué parentesco tenía usted con el muerto?
-Era su primo.
-¿Riñó usted alguna vez con él?
-No, señor.
-¿Cómo ha vivido usted hasta el día que murió Vidal?
-He vivido del juego.
-¿Qué hacía usted para vivir del juego?
-Jugaba el dinero que me daban en el Círculo de la Amistad, y
entregaba las ganancias unas veces a Vidal, otras a un cojo que se llama
Calatrava.
-¿Qué cargos desempeñaban en el Circulo Vidal y ese cojo?
-El Cojo era secretario del Maestro, y Vidal, secretario del Cojo.
-¿Cómo se llama el Cojo?
-Marcos Calatrava.
-¿Por quién le conoció usted al Cojo?
-Por Vidal.
-¿En dónde?
-En la taberna del Majo de las Cubas, que está en la calle Mayor.
-¿Cuánto tiempo hará de esto?
-Un año.
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