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de estas veces, temprano en la mañana, anclamos al pie de un pe queño promontorio, bastante elevado, y
allí nos quedamos hasta que la marea, que comenzaba a subir, nos impulsase. Xury, cuyos ojos parecían
estar mucho más atentos que los míos, me llamó suavemente y me dijo que retrocediéramos:
-Mira allí -me dijo-, monstruo terrible, dormido en la ladera de la colina.
Miré hacia donde apuntaba y, ciertamente, vi un monstruo terrible, pues se trataba de un león inmenso
que estaba, echado a la orilla de la playa, bajo la sombra de la parte so bresaliente de la colina, que parecía
caer sobre él.
-Xury -le dije-, debes ir a la playa y matarlo.
Me miró aterrorizado y dijo:
-¡Matarlo!, me come de una boca.
En verdad quería decir de un bocado. No le dije nada más, sino que le ordené que permaneciese quieto.
Tomé el arma de mayor tamaño, que era casi como un mosquete, la cargué con abundante pólvora y dos
trozos de plomo y la dejé aparte. Entonces cargué otro fusil con dos balas y luego un tercero, pues teníamos
tres armas. Apunté lo mejor que pude con el primer arma para dispararle en la cabeza pero como estaba
echado con las patas sobre la nariz, los plomos le dieron en una pata, a la altura de la rodilla, y le partieron
el hueso. Intentó ponerse en pie mientras rugía ferozmente, pero, como tenía la pata partida, volvió a caer al
suelo. Luego se puso en pie con las otras tres patas y lanzó el rugido más espeluznante que jamás hubiese
oído. Me sorprendió no haberle dado en la cabeza, e inmediatamente, tomé el segundo fusil, y, pese a que
ya había comenzado a alejarse, le disparé otra vez en la cabeza y tuve el placer de verlo caer, emitiendo
apenas un quejido y luchando por vivir. Entonces Xury recobró el valor y me pidió que le dejara ir a la
orilla.
-Está bien, ve -le dije.
El chico saltó al agua, sujetando el arma pequeña en una mano. Se acercó al animal, se puso la culata del
fusil cerca de la oreja, le disparó nuevamente en la cabeza y lo remató.
Esto era más bien un juego para nosotros, pero no servía para alimentarnos y lamenté haber gastado tres
cargas de pólvora en dispararle a un animal que no nos servía para nada. No obstante, Xury dijo que quería
llevarse algo, así que subió a bordo y me pidió que le diera el hacha.
-¿Para qué la quieres, Xury? -le pregunté.
-Yo corto cabeza -me contestó.
Pero no pudo hacerlo, de manera que le cortó una pata, que era enorme, y la trajo consigo.
De pronto se me ocurrió que la piel del león podía servirnos de algo y decidí desollarlo si podía.
Inmediatamente, nos pusimos a trabajar y Xury demostró ser mucho más diestro que yo en la labor, pues,
en realidad, no tenía mucha idea de cómo realizarla. Nos tomó todo el día, pero, por fin, pudimos quitarle la
piel y la extendimos sobre la cabina. En dos días se secó al sol y desde entonces, la utilizaba para dormir
sobre ella.
Después de esta parada, navegamos hacia el sur durante diez o doce días, consumiendo con parquedad
las provisiones, que comenzaban a disminuir rápidamente, y yendo a la orilla solo cuando era necesario
para buscar agua fresca. Mi intención era llegar al río Gambia o al Senegal, es decir, a cualquier lugar cerca
del Cabo Verde, donde esperaba encontrar algún barco europeo. De lo contrario, no sabía qué rumbo tomar,
como no fuese navegar en busca de las islas o morir entre los negros. Sabía que todas las naves que venían
de Europa, pasaban por ese cabo, o esas islas, de camino a Guinea, Brasil o las Indias Orientales. En pocas
palabras, aposté toda mi fortuna a esa posibilidad, de manera que, encontraba un barco o perecía.
Una vez tomada esta resolución, al cabo de diez días, comencé a advertir que la tierra estaba habitada. En
dos o tres lugares, a nuestro paso, vimos gente que nos observaba desde la playa. Nos percatamos de que
eran bastante negros y estaban totalmente desnudos. Una vez sentí el impulso de desembarcar y dirigirme a
ellos, pero Xury, que era mi mejor consejero, me dijo:
-No ir, no ir.
No obstante, me dirigí a la playa más cercana para hablar con ellos y vi cómo corrían un buen tramo a lo
largo de la playa, a la par que nosotros. Observé que no llevaban ar mas, con la excepción de uno, que
llevaba un palo largo y delgado, que, según Xury era una lanza, que arrojaban desde muy lejos y con muy
buena puntería. Mantuve, pues, cierta distancia pero me dirigí a ellos como mejor pude, por medio de
señas, sobre todo, para expresarles que buscábamos comida. Con un gesto me dijeron que detuviera el bote
y ellos nos traerían algo de carne. Bajé un poco las velas y me quedé a la espera. Dos de ellos corrieron
tierra adentro y, en menos de media hora, estaban de vuelta con dos piezas de carne seca y un poco de
grano, del que se cultiva en estas tierras. Aunque no sabíamos qué era ni una cosa ni la otra, las aceptamos
gustosamente. El siguiente problema era cómo recoger lo que nos ofrecían, pues yo no me atrevía a [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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