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de oro. A su lado tenía un estuche de violín.
¡Porras! jadeó Bill, cuyo aparato oral no había acabado de engranar.
Jesús. Realmente vamos a desbaratar a esos viles chingers, ¿de acuerdo,
soldado Bill? Elliot Metadrina asintió con la cabeza con fatuo entusiasmo . Ya lo
verá. Juntos, seremos un equipo de primera. Confío sinceramente en que la operación
del lóbulo de su oreja no haya sido demasiado agotadora o dolorosa.
Ahora que le habían llamado la atención hacia él mismo, Bill se dio cuenta de que en
efecto, le dolía la oreja. O quizá se debiera a que en cuanto salió de su bruma
alcohólica había reconectado su sistema nervioso. La oreja enrojecida e hinchada de
*
«Ge», de Jesús, claro está. (N. del E.)
Bill comenzó a palpitar sordamente, y él se dio cuenta de que también tenía un dolor de
cabeza del tamaño de una nebulosa.
Pidió una aspirina, una novocaína inyectable, una pastilla de efectos de sobriedad, y
una cerveza. Echó las pastillas y la novocaína en la cerveza, con jeringuilla y todo, y se
lo bebió de una sentada.
¡Uamrgh! gritó Bill cuando la mezcla le estalló en el estómago y le envió ondas
sísmicas por todo el cuerpo. En un instante estuvo sobrio y con la mente clara; y
odiando estar así. La imagen de su jefe volvió a hablar desde su muñeca.
Es excelente verles trabajar juntos. Tengo asuntos urgentes a los que atender
ahora, como siempre, así que ustedes vayan conociéndose. Todas las instrucciones
están en su oreja, Bill; ¡y si logra matar a algún agitador comunpop por el camino,
estupendo! Cambio y fuera.
¡Jesús! ¿No es el señor J. Edgar Insuflador, el mejor de los jefes jamás habidos?
Invítame a otra copa, Elliot, y pide una para ti. Será mejor que comencemos a
conocernos el uno al otro, ¿eh?
Sí, claro, supongo que sí. Camarero... otra vez lo mismo para mi amigo...
¿Cargado de novocaína? preguntó el camarero de la barra.
No, cabeza de mierda. Ahora ya estoy sobrio, por lo que quiero volver a
emborracharme. Una cerveza con un lingotazo de whisky.
Y yo tomaré una zarzaparrilla. ¡Cargada de zarza!
¡Un momento! Van a enviarme a Mundobar con un abstemio. ¿Qué tipo de
cobertura va a ser ésa, por el amor de Krishna?
Oh... Jesús... Yo bebo, Bill. ¡De hecho, dicen que tengo un estómago despojo!
De esponja, querrá decir. ¿Y a qué se debe que no beba conmigo, entonces? Dos
tipos que quieran conocerse el uno al otro adecuadamente tienen que chocar un par de
vasos. Y no me refiero a vasos de zarzaparrilla.
Jesús dijo Elliot Metadrina, asintiendo con la cabeza como si Bill hubiera dicho
algo muy profundo y sabio . De acuerdo, me ha convencido. Beberé una cerveza.
Eso es. Así está mejor. Y si es que debemos conocernos el uno al otro, le contaré
la historia de mi vida. Yo nací. Cuando crecí, fui enrolado en la Armada con engaños,
por un tipo llamado Esperanzamuerta de Camino, y cuyos colmillos eran éstos.
Bill tocó con el pulgar uno de los prominentes caninos a los que había hecho
referencia. Sonó como una púa de tenedor.
He sido arrastrado a los infiernos y he vuelto, he derramado mucha cerveza, roto
unos pocos corazones y unas cuantas cabezas, y me siento inmensamente triste por
mi persona. Y voy a morir, probablemente pronto, pero no hasta que haya terminado
esta misión. ¿Qué me cuenta de usted?
Jesús... qué patriotismo. ¡Qué filosofía tan árida!. ¡Qué hombre tan endurecido!
Usted es un ejemplo inspirador para todos los que le rodeamos.
La sospecha volvió a apoderarse de Bill. Lo que decía aquel tipo jesuseante sonaba
a mierda antigua. Pero en ese momento, el camarero volvió a llenarle el vaso y le
distrajo. Bill se relajó y echó un buen trago.
Pues bien, adelante, cuénteme su historia, compañero.
¡Claro! El muchacho se limpió la espuma de los labios con la manga del
abrigo . No hay mucho que contar, realmente. ¡Pero lo intentaré!
Elliot, según explicó, había nacido como hombre-G. En realidad, había nacido en un
tal mundo Uno-G que giraba en torno a un sol llamado Silbido-G. El Mundo-G había
sido colonizado por oficiales de la ley, hombres del Gobierno y agentes de los servicios
secretos en los tempranos días preimperiales, durante una época de insólita paz en la
historia de la Humanidad. Al no tener nada que hacer en el sentido de la violenta
pacificación, los hombres de la ley habían emigrado a un mundo ya colonizado,
poblado entonces por racistas, libertarios y protofascistas que huían de la justicia.
Habían organizado su propio sistema judicial, declarado ilegales la mayoría de las
actividades en el planeta, excepto la venta de armas, e inmediatamente empezado a
aplicar la ley con tanto derramamiento de sangre y violencia gratuita como les fue
posible. Cuando los hombres-G llegaron, aquello era a simple vista un campo de
batalla. Cuando éstos empezaron a perder, la desesperada población comenzó
también a importar criminales, mafiosos y traficantes de droga de toda la galaxia para
que les ayudaran a combatir a esos hombres-G que constituían una amenaza, cosa
que agradó inmensamente a los agentes de la ley. Una empresa inteligente organizó
un canal documental que cubría el Mundo-G por cable galáctico que se convirtió
instantáneamente en un éxito de audiencia. Tanto es así que al cabo de una
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