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que el Gobierno diese su conformidad. Si me pertenece de verdad, tendría (fue ponerle un
pleito. Si no me pertenece, me importa un comino que Lummox se haya escapado de ese
depósito. John Thomas se inclinó y miró a Dreiser . ¿Por qué no sube en su coche,
jefe, en lugar de agotarse corriendo a nuestro lado?
El jefe Dreiser aceptó a regañadientes el consejo y permitió que su chófer lo recogiese.
Cuando subió a su coche, ya había recobrado parte del dominio de sí mismo. Se asomó
por la ventanilla y dijo:
John Stuart, no quiero perder el tiempo discutiendo contigo. Lo que yo haya hecho o
dejado de hacer, no tiene nada que ver con esto. Los ciudadanos tienen la obligación de
colaborar con los agentes del orden siempre que sea necesario. Te pido oficialmente, y
tengo conectado el micrófono de este coche mientras lo hago, que me ayudes a conducir
de nuevo esa bestia al depósito.
John Thomas mostró una expresión de inocencia.
¿Y después podré irme a casa?
¿Eh? Desde luego.
Gracias, jefe. Pero, ¿cuánto tiempo cree que permanecerá en el depósito después
de que yo lo deje en él y me vuelva a casa? ¿O es que tiene la intención de alquilar mis
servicios como miembro permanente de sus fuerzas policiales?
El jefe Dreiser se dio por vencido, y Lummox continuó su camino a casa.
Sin embargo, Dreiser consideró aquello como una derrota temporal; la tozudez que le
convertía en un buen agente de policía no lo abandonó. Tuvo que admitir que el público
estaría probablemente más seguro con aquella bestia encerrada en su casa, y entre tanto
él podría imaginar algún medio seguro de matarlo. La orden del subsecretario de Asuntos
Espaciales, permitiéndole destruir a Lummox, llegó a sus manos y Dreiser se sintió mejor.
El viejo juez O'Farrell se había mostrado bastante sarcástico ante sus fracasos.
La cancelación de aquella orden, y su rectificación aplazando indefinidamente la
muerte de Lummox nunca llegó hasta él. Un empleado nuevo en la oficina de
comunicaciones del Departamento Espacial cometió un ligero error, consistente en la
trasposición de dos símbolos; como resultado, la cancelación fue enviada a Plutón; y el
anexo, por el hecho de ir unido a la misma, siguió idéntico camino.
Por lo tanto, Dreiser permanecía sentado en su despacho con la sentencia de muerte
en la mano, pensando a qué medios recurriría para liquidar a la bestia. ¿Electrocutarla?
Quizá..., pero ni siquiera podía conjeturar cuántas descargas serían necesarias.
¿Degollarla como a un cerdo? El jefe tenía serias dudas acerca de la clase de cuchillo
que debería utilizar, y de lo que haría el bruto entre tanto.
Las armas de fuego y los explosivos no servían. ¡Un momento! Podría hacer que el
monstruo abriera la boca de par en par, y disparar entonces apuntando a su gaznate y
utilizando una carga explosiva que lo hiciese papilla interiormente. ¡Matarlo al instante, sí
señor! Muchos animales tenían una coraza tortugas, rinocerontes, armadillos y otros ,
pero siempre en el exterior, nunca dentro. Aquel bruto no era una excepción; el jefe
Dreiser había echado algunas miradas por su bocaza cuando probó con el veneno.
Aquella bestia podía ser exteriormente todo lo acorazada que se quisiera; pero en el
interior, era rosada, húmeda y suave como cualquier otro animal.
Veamos..., habría que conseguir que el chico Stuart dijese al bruto que abriese la boca
y..., no, eso no serviría. El chico se daría cuenta de sus intenciones, y era capaz de
ordenar a la bestia que atacase... Como resultado, algunas viudas de policías cobrarían
pensiones. Aquel chico se estaba descarriando, no había duda. Era una pena ver cómo
un buen muchacho podía tomar el mal camino para terminar con sus huesos en la cárcel.
No, lo que había que hacer era atraer al chico a la ciudad con cualquier excusa y
cumplir la orden en su ausencia. Podían inducir al bruto a que dijese «ah» ofreciéndole
comida..., o arrojándosela, rectificó Dreiser.
Consultó su reloj. ¿Hoy? No, antes quería escoger el arma y luego instruir bien a todos
para que la cosa fuese como una seda. Mañana a primera hora. Lo mejor que podía hacer
era recoger al chico después del desayuno.
Lummox parecía contento de hallarse nuevamente en casa, y dispuesto a olvidar el
pasado. Nunca dijo una palabra acerca del jefe Dreiser, y si comprendió que habían
tratado de hacerle daño, nunca lo mencionó. Su disposición naturalmente bondadosa se
mostró en el hecho de que quisiera poner la cabeza sobre las rodillas de Johnnie para
que éste lo abrazase. Hacía mucho tiempo que su cabeza era demasiado grande para
poder hacerlo; se limitó a poner el extremo de su hocico sobre los muslos del muchacho,
procurando no aplastarlos con su peso, mientras Johnnie le acariciaba la nariz con un
pedazo de ladrillo.
Johnnie sólo era feliz a medias. Con el regreso de Lummox se sentía mucho más
aliviado, pero comprendía que las cosas aún no estaban resueltas. El jefe Dreiser no
cejaría hasta dar muerte a Lummox. Esta idea le causaba muchos dolores de cabeza.;
Su madre aumentó su disgusto cuando lanzó un gran chillido al ver que «¡esa bestia»!
volvía a la mansión de los Stuart. John Thomas hizo caso omiso de sus exigencias,
órdenes y amenazas, y llevó a su amigo al establo para darle pienso y agua; transcurrido
cierto tiempo, ella volvió a entrar en la casa hecha una furia, diciendo que iba a telefonear
al jefe Dreiser. Johnnie ya lo esperaba, y estaba completamente seguro que nada
sucedería. Y nada sucedió; su madre continuó encerrada en casa. Pero Johnnie se
mostraba muy apenado por ello; siempre se había llevado muy bien con su madre, y era
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