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se había roto un par de costillas.
Establecimos un campamento. Doc se quedó allí con él; Henry y Mallardi y yo
seguimos hacia arriba el último kilómetro.
Ahora el avance era brutal. Se había convertido en una montaña de cristal. Teníamos
que martillear asideros para cada palmo que avanzábamos. Trabajábamos en turnos.
Luchábamos cada centímetro que ganábamos. Nuestras mochilas se convertían en pesos
monstruosos y nuestros dedos se entumecían. Nuestro sistema defensivo  los
proyectores parecía estar debilitándose, o tal vez algo estaba incrementando sus
esfuerzos por atraparnos, porque las serpientes se deslizaban cada vez más cerca,
ardían más brillantes. Me causaban daño a los ojos, y las maldecía.
Cuando llegamos a menos de mil metros de la cima cavamos e instalamos otro
campamento. Los siguientes doscientos metros parecían más fáciles, luego venía un
trecho horrible, y no podía decir lo que había encima de eso.
Cuando despertamos sólo estábamos Henry y yo. No había el menor indicio de adónde
había ido Mallardi. Henry conectó su comunicador a la frecuencia de Doc y llamó abajo.
Sintonicé el mío a tiempo para oírle decir:
 No lo hemos visto.
 ¿Cómo está Kelly?  pregunté.
 Mejor  respondió . Puede que después de todo esas costillas no estén rotas.
Entonces nos llamó Mallardi.
 Estoy a ciento veinte metros por encima de vosotros, amigos  nos llegó su voz .
Ha sido fácil hasta aquí arriba, pero ahora se va a poner difícil de nuevo.
 ¿Por qué te has ido por tu cuenta?  pregunté.
 Porque creo que algo va a intentar matarme antes de que transcurra mucho tiempo
 dijo . Está aquí arriba, aguardando en la cima. Probablemente podréis verlo desde
ahí. Es una serpiente.
Henry y yo usamos los binoculares.
¿Serpiente? Una palabra mejor sería dragón..., o quizás incluso la Serpiente Midgaard.
Estaba enroscada alrededor del pico, con la cabeza erguida. Parecía tener varios
cientos de metros de longitud, y agitaba la cabeza de lado a lado, arriba y abajo, y
exhalaba humosas coronas solares.
Entonces divisé a Mallardi trepando hacia ella.
 ¡No sigas adelante!  llamé . ¡No sé si tu unidad te protegerá contra algo como eso!
Aguarda a que llame a Doc...
 Ni pensarlo  dijo . Esa chica es mía.
 ¡Escucha! ¡Puedes ser el primero en la montaña, si es eso lo que quieres! ¡Pero no
te enfrentes solo a esa cosa!
La única respuesta fue una risa.
 Los tres unidos podremos hacerle frente  le dije . Espéranos.
No hubo respuesta, y empezamos a subir.
Dejé á Henry muy atrás. La criatura era una luz moviente en el cielo. Recorrí
apresuradamente sesenta metros, y cuando alcé la vista de nuevo vi que la criatura había
desarrollado otras dos cabezas. De sus fosas nasales brotaban rayos, y su cola azotaba
la montaña de un lado a otro. Recorrí otros treinta metros, y entonces pude ver
claramente a Mallardi que ascendía firmemente, recortado contra el resplandor. Esgrimí
mi pico, jadeante, y luché contra la montaña, siguiendo el sendero que él había cortado.
Empecé a ganarle terreno, porque él todavía seguía abriéndose camino y yo no tenía ese
problema. Luego oí su voz.
 Todavía no, mi gran amiga, todavía no  estaba diciendo, desde detrás de un muro
de estática . Hay un reborde...
Alcé la vista, y desapareció.
Entonces aquella ardiente cola descendió como un látigo hacia donde lo había visto por
última vez, y le oí maldecir y sentí las vibraciones de su pistola neumática. La cola restalló
de nuevo, y oí otro:
 ¡Maldita!
Me apresuré, aferrándome a las rocas y usando los asideros que había cortado
Mallardi, y luego lo oí ponerse a cantar. Algo de Aida, creo.
 ¡Maldita sea! ¡Aguarda!  exclamé . Sólo estoy a unos pocos cientos de metros.
Siguió cantando.
Empezaba a sentirme mareado, pero no podía frenar mi marcha. Mi brazo derecho
parecía un trozo de madera, el izquierdo era como un témpano de hielo. Mis pies eran
cascos, y mis ojos ardían en mi cabeza.
Entonces ocurrió.
Como una bomba, la serpiente y la canción terminaron en un destello brillante que hizo
que me tambaleara y casi perdiera mi asidero. Me aferré a la vibrante ladera de la
montaña y cerré fuertemente los ojos contra la luz.
 ¡Mallardi!  grité.
Ninguna respuesta. Nada.
Bajé la vista. Henry seguía subiendo, muy atrás. Proseguí mi ascensión.
Alcancé el reborde que había mencionado Mallardi, lo encontré allí.
Su respirador todavía funcionaba. Su traje protector estaba ennegrecido y chamuscado
por el lado derecho. La mitad de su pico se había fundido. Alcé sus hombros.
Subí el volumen del comunicador y lo oí respirar. Abrió los ojos, los cerró, los abrió de
nuevo.
 Estoy bien...  dijo.
 ¿Bien...? ¡Y un infierno! ¿Dónde estás herido?
 En ninguna parte... Estoy bien... ¡Escucha! Creo que ha agotado su electricidad por
un tiempo... Ve a plantar la bandera. Pero incorpórame antes. Quiero mirar...
Lo coloqué en una posición mejor, estrujé su bulbo de agua, lo escuché tragar. Luego
aguardé a que llegara Henry. Tardó unos seis minutos.
 Yo me quedaré aquí  dijo Henry, deteniéndose al lado de Mallardi . Ve tú a
hacerlo.
Inicié la ascensión de la ladera final.
VII
Me agarré y corté y clavé y me arrastré. Parte del hielo se había fundido, las rocas
estaban requemadas.
Nada acudió a oponérseme. La estática había desaparecido con el dragón. Había un
completo silencio y oscuridad entre las estrellas.
Ascendí lentamente, cansado todavía del último esfuerzo, pero decidido a no
detenerme.
Todo menos veinte metros del mundo entero se extendía debajo de mí, y el cielo
colgaba encima, y un cohete parpadeó sobre mi cabeza. Quizá eran los hombres de la
prensa, con cámaras zoom.
Quince metros...
Ningún pájaro, ningún arquero, ningún ángel, ninguna muchacha.
Doce metros...
Empecé a temblar. Era la tensión nerviosa. Me reafirmé, seguí adelante.
Diez metros..., y la montaña parecía estar oscilando ahora.
Ocho..., y me sentí aturdido, me detuve, bebí un poco de agua.
Luego clic, clic, mi pico de nuevo.
Seis...
Cinco...
Cuatro...
Me preparé contra el asalto final de la montaña, fuera el que fuese.
Tres...
No ocurrió nada cuando llegué. Me erguí. No podía subir más.
Miré al cielo. Miré abajo. Saludé con la mano a los llameantes tubos de escape del
cohete.
Saqué el asta y coloqué la bandera.
La planté, allá donde ninguna brisa la agitaría nunca. Conecté mi comunicador, dije:
 Estoy aquí.
Ninguna otra palabra.
Era el momento de volver abajo y darle a Henry su oportunidad, pero antes de darme la
vuelta miré hacia abajo por la ladera occidental.
La dama estaba parpadeando de nuevo. Quizá a doscientos cincuenta metros más
abajo brilló una luz roja. ¿Podía ser la que había visto desde la ciudad durante la
tormenta, aquella noche, hacía tanto tiempo?
No lo sabía, y tenía que averiguarlo.
Hablé por el comunicador.
 ¿Cómo está Mallardi?
 Acabo de ponerme en pie  respondió . Dame otra media hora, y yo también
subiré.
 Henry  dije , ¿puede hacerlo?
 Yo acepto su palabra  dijo Lanning. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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